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Luis Carbonell




“Vivo de las tres cosas que me gustan:
la música, la poesía y el magisterio”


El pasado 24 de mayo de 2014, Luis Carbonell  fallecía en La Habana poco después de festejar sus ochenta y nueve cumpleaños (89), con una lucidez y pujanza que tal pareciera que el maestro de la declamación en Cuba había bebido en la ‘fuente de la eterna juventud’.
 
En Santiago de Cuba nació en 1923, y allí inició su quehacer en el arte cuando solía declamar en las fiestas familiares y de amigos. Luego, en 1943, fue invitado a participar en la emisora radial CMKC en un programa de aficionados, convirtiéndose posteriormente en el director artístico de ese espacio. Compartía entonces labores como profesor de inglés y la radio, cuando en 1945 parte para Nueva York, donde tuvo lugar un encuentro con Esther Borja, decisivo en su devenir artístico, quien le presentó a Ernesto Lecuona, gracias al cual actuó en la cadena NBC.

Fue la puertorriqueña Diosa Costello quien lo condujo a presentarse en el Teatro Hispano, que le abrió las puertas del prestigioso Carnegie Hall donde llegó a ofrecer un recital. 

Interioridades

(Parte 1)



(Parte 2)

 


Esa Negra Fuló


En una ocasión, durante un homenaje al cantante René Cabel, Pepe Biondi, integrante de un dúo cómico argentino muy famoso en esa época, al verlo actuar le expresó: “lo que usted hace no es recitar, es mucho más, cuando usted se expresa es como si dibujara con una acuarela”. Fue este el origen del sobrenombre que lo ha identificado desde entonces: “el acuarelista de la poesía antillana”.

Pero Luis Mariano Carbonell  es mucho más. Porque si bien es cierto que cuando se le escucha y ve interpretando un poema –ya de la llamada poesía negra, ya de la épica, ya del amor- puede transportarnos al contexto, a la atmósfera, al mundo todo que sugiere o explicita el verso, su dominio de la voz y la armonía, de la inflexión exacta y la dicción impecable, de la música y el silencio, junto al gesto sutil y la expresión natural, logran además del “dibujo”, abrir las puertas de la emoción y la participación de quienes vibramos encantados con el hechizo. 

Los 15 de Florita (Archivo de Audio)


No hay lugar a dudas, es un maestro del arte vocal y de la escena, de todos sus recursos y efectos, que se conduce con el mismo acierto por el humor o la desventura, y que se entrega con igual pasión y exigencia ante el público del renombrado teatro o aquel que colma la actividad sencilla del barrio o del centro de trabajo. Y falta añadir su labor como maestro, pianista, repertorista y arreglista de voces al punto que su presencia resulta imprescindible al hacer la historia de los cuartetos y otros grupos vocales en Cuba. Por ello ostenta la Distinción por la Cultura Nacional, la Medalla Raúl Gómez García, la Orden Félix Varela (1996), y los Premios Nacionales de Humorismo (2003) y de la Música (2003). ¿No falta acaso el nacional de Teatro?

A una edad cuando la mayoría se acoge al descanso necesario o al disfrute de la obra realizada y de los homenajes, Luis Carbonell  siguió creando con pasión y entereza -que mucho tuvo que utilizar para sobreponerse a las secuelas de un accidente de salud-, con su memoria intacta y todavía repleto de sueños, allí, en su modesto apartamento del Vedado capitalino, donde la cultura cubana le sabe fiel e irrepetible.

Y tú de qué te ries (Programa con Ulises Toirac)


Balada de los Dos Abuelos (Poema de Nicolás Guillén)


Veamos a continuación esta interesante entrevista que le hiciera la colega Johanna Puyol en La Habana hace cuatro años,  a  propósito de sus ochenta y cinco lustros de edad.


Luis Mariano Carbonell Pullés, para todos los cubanos simplemente Luis Carbonell, ha llegado a los 85 años con la satisfacción de ocupar un lugar propio en la historia de la cultura cubana. Nos recibe desde su sillón, arropado por las huellas de su larga vida dedicada al arte. Atrapan la mirada un retrato suyo, regalo de un alumno, que recibe con gesto adusto al visitante; la fotografía de una joven y bella Esther Borja en la cúspide de su fama, y su preciado piano, que ocupa una buena parte del salón. La imagen de anciano frágil desaparece en cuanto arranca a hablar, las cejas enarcadas y una mano haciendo arabescos en el aire. Las anécdotas se suceden con la gracia de quien ha hecho un arte único de la declamación, y con la narración se va desgranando la vida de uno de los artistas más originales de nuestro país. 

“Es bueno que oiga todo esto, —dice—porque es mi vida.”
Su historia no la comienza hablando de sí mismo, sino de una persona que saldría a relucir una y otra vez a lo largo de la entrevista porque ha dejado una huella imborrable a lo largo de su vida: su madre Amalia.

“Mi madre distribuyó sus siete hijos a su manera y dispuso que yo fuera médico o abogado. Éramos una modesta familia de Santiago de Cuba y había que obedecer. Todos mis hermanos son maestros, brillantes, por cierto, porque nos educamos todos en un ambiente de magisterio. Mi mamá era una mujer estricta, severa, religiosa, muy capaz y muy preparada, fue una gran maestra. Nos inculcó el hábito de estudiar. En mi casa no se concebía que no fuéramos a la escuela todos los días. Yo crecí en ese ambiente, oyendo hablar de escuela, escuela y escuela.”

El camino del arte lo tomó en contra del favor materno, pero, paradójicamente, las grandes decisiones de su vida han tenido en su semilla las enseñanzas de Amalia.

“Mi hermana mayor, Silvia, recitaba también. Fue presentada en Santiago por Camila Henríquez Ureña, de la famosa familia de Santo Domingo. Tenía muchas posibilidades, hizo un recital con muchísimo éxito y hubiera seguido, pero a mi mamá no le pareció bien la idea. Conmigo fue igual, cuando empecé a tocar el piano, no le gustó. Primero estudié violín, pero tengo un defecto en un dedo que no me permite tocarlo bien. Lo dejé porque el profesor se pasaba la hora entera queriéndome enderezar el dedo y me desanimé. Entonces comencé a tocar el piano como a los 15 años, porque dos hermanas mías lo habían estudiado. Empecé acompañando a mis amigos que estudiaban piano, fue un aprendizaje empírico. Como había estudiado solfeo y teoría, me fue muy fácil. Luego estudié con mi maestra de piano, Josefina Farret. Comencé acompañando al piano a mis amigos en las emisoras, cosa que disgustaba a mamá. Le cogí un amor al piano que dura hasta hoy.”

La música fue su gran inspiración, pero el amor a la literatura también llegó desde una edad temprana. De Amalia también aprendió un hábito que marcaría la diferencia en su futura profesión: el estudio meticuloso y constante.

“Luego, mamá era muy sensible, y en mi casa había muchos libros de poesía, muchos. Creo que una de las cosas importantes de mi vida fue que, en el año 1932, cuando yo tenía nueve años, mi hermana Silvia, que estudiaba en la Normal, en la cual ya Camila Henríquez Ureña explicaba a Nicolás Guillén, estaba memorizando “La balada de Simón Caraballo”. Me impresionó mucho la tragedia del negro, ya viejo y enfermo, miserable, que muere en la calle. Cuando mi hermana terminó, fui a buscar el libro y traté de aprendérmelo. Seguí la vocación de Silvia, aunque a ella mi mamá le impidió seguir recitando y después se hizo muy buena maestra. Acostumbrado a estudiar, la memoria me hacía las cosas más fáciles. Aprendía muy rápido.”

En 1938 comenzó en la radio santiaguera en calidad de pianista, pero ya comenzaba a perfilarse con esporádicas presentaciones su forma única de recitar. Para 1944 dirigía programas y era una figura destacada de la cadena radial.

“La radio fue mi gran escuela, no la olvido, tengo el mejor recuerdo de las emisoras en las que trabajé en Santiago de Cuba: la CMKC, la CMKW y la CMKR. Sobre todo la CMKC, donde fui director artístico y tuve la oportunidad de ayudar a encaminar a varios artistas, algunos de los cuales llegaron a tener fama, como Pacho Alonso, que empezó en el año 1945. A Pacho, que en realidad se llama Pascasio como su padre, me lo trajo su hermano mayor, Luis, quien cantaba también muy bonito. Pacho debutó allí, y cuando volví de Nueva York dos años después lo encontré ya maduro, trabajando con su orquesta.”


La música y la poesía lo modelaron, pero la tradición familiar del magisterio lo convirtió en educador por excelencia y su carrera artística se esbozó desde su mismo nacimiento como un proceso perpetuo de aprendizaje y enseñanza.

“Empecé en la radio al mismo tiempo que ejercía de profesor de inglés. El inglés me fue muy fácil siempre y me hice profesor de dos academias muy importantes de Santiago, a las que les tengo un recuerdo muy grato. Una fue la Academia Videaux, que fue de mucho prestigio, y la otra la Academia Pérez Acosta. Tuve en ellas a dos profesoras magníficas, con las cuales yo, al tiempo que enseñaba, aprendía. Me gusta mucho el magisterio. Siempre he dicho que al final de mi carrera me siento feliz porque vivo de las tres cosas que me gustan: la música, la poesía y el magisterio. Sin quererlo me dediqué a enseñar, tal vez porque tenía esa vocación que se desarrolló viendo a mi mamá y a mis hermanas. Tengo fama de maestro, pero en realidad no me considero así, aunque sí me acostumbré a corregir, a enseñar y a repertorizar a muchos artistas. Para ello tuve la facilidad que me dieron las circunstancias cuando fui director artístico de la CMKC. Todo esto fue antes de los 23, porque cuando llegué a esa edad, como a todo muchacho, ya Santiago me resultaba pequeño. Ya había actuado en todas las emisoras  y había recitado —siempre en contra de la voluntad de mamá.”

El estilo único que lo ha hecho brillar durante tantos años y que lo ha convertido en una referencia mundial de la oralidad, surgió de la voluntad de innovación y una curiosidad constante que lo animó a poner a prueba los límites del arte declamatorio.

“Empecé recitando, como ya dije, de casualidad, porque me aprendía lo que recitaba mi hermana y me gustaba la poesía. La primera vez que recité en un programa fue también una casualidad. Tuve oportunidad, ya en la emisora, de poner en práctica algo que se me había ocurrido, que luego he desarrollado mucho y que Alejo Carpentier elogió cuando me escuchó en Venezuela y predijo que aquello se prestaba a una elaboración artística importante. Pensé que no era suficiente con declamar los poemas sino que debían ser enmarcados en un ambiente para darles más prestigio, más valor. Fue cuando se me ocurrió acompañar el poema con ritmo. En la misma emisora tenía los músicos, y un día le dije al bongosero: ‘Tócame un ritmo de son’, y empecé a explorar el modo de recitar con ritmo. Eso que hoy se llama rap ya lo había hecho yo en el año 45, o así lo dice un libro de Cristóbal Díaz Ayala cuando habla de la historia de la música cubana. Yo mismo me sorprendí cuando lo leí, porque aquello lo hice intuitivamente.

“También recité con acompañamiento musical. Tuve oportunidad de trabajar con el dúo de las hermanas Reyes y se me ocurrió también imbricar la música dentro del poema, no simplemente como un telón. El fondo musical no me interesa porque no tiene ningún mérito. Empecé a recitar poemas de ambiente musical en los que estaba justificada la música y por lo tanto se considera una creación dentro de la declamación.”

Los dos años que vivió en Nueva York fueron su trampolín a la fama y marcaron la consolidación de su peculiar arte oral. Fue allí donde se perfiló su predilección por la poesía negra y antillana.

Esther Borja



Con Esther Borja - Drume Negrito


“A los 23 años me fui para Nueva York. Ya había conocido en Santiago de Cuba a una artista que fue fundamental en mi vida, Esther Borja. Ella me reconoció en Nueva York, donde se encontraba trabajando. Hizo cuatro tournées con Sigmund Rombers, prestigioso compositor de operetas, alrededor de EE.UU., y puso muy alto el nombre de Cuba y de nuestra música. En Nueva York me orientó y me presentó a Lecuona y a Natalia Aróstegui. A través de Lecuona puede participar en un programa que se hacía para América Latina desde la NBC de Nueva York. Para mí, un muchacho guajiro de Santiago de Cuba, eso era algo así como el cielo. Lecuona también me presentó a Diosa Costello, una gran actriz puertorriqueña de aquella época. A fines de la Guerra Mundial ella era la actriz puertorriqueña más popular en EE.UU. Le decían ‘The Puerto Rican bombshell’ (‘La bomba atómica puertorriqueña’). Ella me presentó en el Teatro Hispano. Allí en EE.UU. estuve trabajando en una fábrica de brazaletes, pero lo realmente importante fue que tuve la oportunidad de ver muchos espectáculos. Ya había empezado a formarme en Santiago de Cuba, había comenzado a elaborar mi arte, a recitar y había estudiado el piano. Todo eso maduró en EE.UU. y por eso al llegar a Cuba hice más hincapié en la recitación aunque mi vocación había sido la música.”



Consagrado en los escenarios de EE.UU., admirado por muchos, pero desconocido en Cuba fuera de su provincia, viaja de regreso a La Habana dispuesto a hacerse un lugar en la escena nacional.

“Lo que había hecho como un esbozo, como un atisbo, en Santiago, al llegar a La Habana en 1948 llamó mucho la atención en un homenaje a René Cabel, el tenor de las Antillas, en el Auditórium Amadeo Roldán en el que Esther Borja logró que participara. Allí me vio Viondi, integrante de un grupo de cómicos argentinos muy buenos, y por su recomendación logré el contrato que marcó mi desarrollo como profesional, que fue mi debut en el Teatro Wagner, hoy Yara, donde tuve un éxito muy grande. Casi simultáneamente, en enero del 49, cuando empezó en la CMQ el programa De fiesta con Bacardí, allí empecé yo a recitar y me mantuve los siete años que duró. Con ese programa estelarísimo me di a conocer en toda la Isla. Tuve la suerte de gustar y de que el público me aceptara.”

El éxito rotundo que le llovió a partir de entonces no lo hizo aferrarse a una “fórmula ganadora”. Su rigurosa formación lo impulsó una vez más a continuar indagando y perfeccionando una forma de hacer de la que ya era maestro indiscutible.

“La gestualidad y el domino del escenario me nació instintivamente. Recuerdo que cuando empezaba me vio un gran actor cubano, me llamó y me preguntó que quién me había enseñado a recitar. Yo me había inspirado en mi hermana, pero nunca la imité, sino que lo hacía a mi manera, con mi propia interpretación. Me felicitó porque movía muy bien los brazos, ‘es lo más difícil para un actor’, me dijo. Aquello se me grabó, como todo lo que oigo, y comencé a pensar en la plástica de la representación. Me empeñé en estudiar todos los gestos, que es lo que casi ningún declamador hace, a no ser los grandes profesionales internacionales como Eusebia Cosme, que gesticulaban muy bien. Yo grabo, gesticulo, apunto, muevo. Viondi me lo explicó en aquella presentación a la que me llevó Esther Borja. Me dijo: ‘¿Se dio cuenta de lo que hizo? Nunca diga que recita, porque usted no recita. Usted mueve las manos como si dibujara lo que está diciendo, es como un pincel’. De ahí salió lo de ‘Acuarelista de la poesía antillana’.

“Pienso que la poesía hay que estudiarla mucho. No es solo aprenderse la poesía de memoria y decirla, hay que estudiarla por mucho tiempo. El gesto después luce natural, pero todo lo estudio y lo calculo. Las primeras estampas populares de Félix B. Caignet que interpreté, hoy, después de 60 años, las hago exactamente igual. Ese ha sido mi trabajo, depurar la interpretación y exponer lo que quiso decir el autor. Creo que es la forma de declamar.


“Una de las mejores pruebas la tuve con ‘La rumba’ de José Sacarías Talet, una de las mejores poesías de las llamadas negras o afrocubanas. En cuanto leí el libro me la aprendí de memoria, a los 17 años, pero la vine a recitar a los 50 porque no sabía cómo decirla. Un día me llamó Talet, que era muy serio y muy austero, para felicitarme. Es una de mis grandes satisfacciones, por la importancia que tiene ese poema y lo difícil que es.
“Lo importante de mi carrera ha sido la circunstancia de que tuve la oportunidad de desarrollar una forma de creación dentro de la declamación de la poesía. Añadí percusión y música, y para eso utilicé muchos cuartetos, de los que me hice aficionado. Me gusta mucho la música coral, y debutar con el cuarteto de Facundo Rivero fue otro precedente de mucho éxito.”

Muchas satisfacciones le han deparado los largos años de carrera artística, pero algunos logros han brillado con luz individual.
 “Uno de mis grandes éxitos fue un disco que Esther Borja grabó conmigo, titulado Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces canciones cubanas.Esta modalidad de formar un cuarteto de una sola persona no se había hecho nunca en Cuba y no creo que se haya repetido. Se grabó por mi afán y afición de músico que me hizo preguntarme si un cantante tendría facultades para cantar varias voces y grabarlas todas juntas. En el año 1953, cuando fui a España con Lecuona y Esther Borja, grabé con ella otro disco, Rapsodia de Cuba, que es considerado uno de los mejores de nuestra discografía. El productor de ese disco, Montilla, que había hecho magníficas grabaciones de zarzuelas cubanas y españolas, me pidió luego de esta colaboración que cuando tuviera otra idea la compartiera con él. Ya despidiéndonos en la Gran Vía, me preguntó: ¿Qué le gustaría hacer? Y le respondí con la idea de que una persona grabara varias voces. Me dijo que eso no se podía hacer en Cuba. A finales del 54 fue que llegó a Cuba Rapsodia… y fue una venta extraordinaria, se vendió mucho, mucho. En el 55 aquel productor, que no olvidó nunca nuestra conversación, llamó a su distribuidor: ‘Pregúntale a Carbonell si está dispuesto a ir a EE.UU. con Esther Borja a grabar el disco a cuatro voces’. Yo enseguida me dispuse, y Esther Borja, que me llamó desde España, me dijo: ‘Mariano, estás loco’; consideraba que no podía hacerlo. Yo sabía que sí podía.

“Lo logró en ese año 55 y fue un éxito. Lo grabó Medardo Montero y se hizo aquí en Cuba, no fuimos a EE.UU. por un problema personal entre Montilla y yo. El disco fue un hito, una obra muy original que no se ha repetido en Cuba. Estoy muy satisfecho de ese trabajo, porque para mí Esther Borja es la figura más importante de la canción cubana. Me preguntaron si creía que había alguien más en Cuba que podría hacer ese disco, y dije que dos personas: Rita Montaner y Miguel de González, pero esa era la mitad de la verdad. Rita y Miguel podían hacerlo musicalmente, pero sus temperamentos no se lo hubieran permitido. Rita era una mujer muy difícil y peligrosa, no tenía paciencia y su color de voz era muy variable. Esther tenía una voz muy pareja y las cuatro voces quedaron del mismo timbre.”

Inveterado contador de historias, no duda en hacer varias anécdotas que dibujan su carácter mejor que cualquier descripción.

“Cuando debuté, un cronista quiso publicar una nota. Le dije: no me pongas una foto en el periódico nunca. En Santiago no quería que se publicaran fotos mías en el periódico para no disgustar a mi mamá. Cuando veía la cámara, huía. Le he tenido odio hasta hoy. Ya no le tengo miedo, pero me es indiferente. Siempre tiendo a volver la cara en cuanto la veo. De ahí nació mi indiferencia por las crónicas que se escriben sobre mí, cosa que me ha perjudicado porque ya de profesional me han hecho muchas fotografías y muchas crónicas que no he podido guardar porque no les presté atención en su momento. Sé la importancia que tiene, pero es mi forma de ser y nunca he compilado los artículos que se han hecho sobre mí, que he tenido muy buenos.”

“Como no me puedo alejar de la música nunca, otra de mis satisfacciones fue el trabajo con el Cuarteto del Rey. Aproximadamente en el año 1962, Pablo Milanés, que empezó con ese cuarteto, vino a mi casa, y sentado en este mismo piano me dijo: ‘Tengo una composición que quiero que oiga’. ‘¿Tú compones?’, le pregunté extrañado. Pablo era delgadito y pálido, tenía unos espejuelos de aros negros muy grandes. Me contestó que sí riendo. Sacó su guitarra y comenzó a cantar. En cuanto lo escuché me impresioné, no quería creer que era una composición suya.”

“En el año 1965 fueron a verme cuatro muchachos salidos del ejército enviados por Julito Lot, que era productor de la CMQ de televisión. Fueron allá para que los grabaran y Julito los mandó conmigo para probarlos. Me cantaron un número mal montado, pero lo arreglamos para que pasaran por televisión. Regresaron muy contentos para agradecerme y pedirme que les montara más números. Se me ocurrió retomar una idea que había intentado infructuosamente con otros cuartetos: como me gustaba mucho la música clásica, se me había ocurrido montar una fuga de Bach. Les pregunté si se atrevían y me dijeron que sí. Uno de los integrantes, Iván Cañas, tenía el mismo apellido que un familiar suyo, profesor mío de Santiago de Cuba, el Dr. Cañas Abril, a quien yo veneraba y quien fue uno de mis mejores educadores. Entonces yo, maestro de escuela siempre, en homenaje póstumo a él le puse el cuarteto de Los Cañas.”
 Los 85 años recién cumplidos lo encuentran lleno de vitalidad y ganas de hacer. Este grande del arte cubano tiene aún mucho que contar.

“Vivo muy contento y realizado. No todo el mundo tiene la suerte de vivir de lo que le gusta. Me siento capacitado para recitar, por el esfuerzo que he hecho y los resultados que he obtenido, luego está la música, que me encanta y sigo haciendo, y también el magisterio, porque todos en mi familia han sido maestros y para mí es un orgullo tremendo. Trabajo en lo que me gusta y no me pienso retirar mientras aguante.”

Pa los Negros




Espabílate Mariana




Un Comentario Final

Las estrellas se funden en las luces de New York

El Parque Central reverbera en los árboles milenarios de verdes y ocres, en floraciones disolventes; Columbus Circle se despierta a la sinfonía nocturna de los ecos de la ciudad. Estamos en el piso cincuenta. Un amplio apartamento con olor a rosa y gardenia. Se oyen voces. De la mano de Esther Borja, un joven mulato, alto, delgado y refinado, irrumpe en el mundo de las tertulias de Natalia Aróstegui, mecenas de las artes y declamadora de poetas universales. Está Lecuona al piano, y al entrar Esther Borja la atmósfera se apuntala en un ritmo de incalculable valor artístico: es la Damisela encantadora. La Aróstegui, anfitriona mayor, derrama su gracia de mujer alta, rubia, de intensos y profundos ojos azules, con el
porte de una walkiria wagneriana. A la velada asisten Alberto Gandero, Lolo Larea de Sarrá y otros que gozan en este espacio donde Natalia, con sus trenzas enrolladas alrededor de la cabeza, declama.

Toda personalidad tiene un pasado y la simiente hay que buscarla allí: Santiago de Cuba. Corrían los años 30 y un niño escuchaba a su hermana Silvia recitar en actividades organizadas por la Doctora Camila Hernández Ureña. No pocas veces acompañó a su hermana por esas calles adoquinadas camino al Conservatorio de Música, para sus clases de piano. Él mismo, en contra de la voluntad de su madre, trata de estudiarlo; pero ella, de carácter fuerte, lo tenía destinado para la abogacía o la medicina.

A los 15 años ya era profesor de inglés. Muy joven, quedó fuertemente impresionado al leer 'Órbita de la poesía afrocubana', de Ramón Guirao, y esa primera emoción lo marcó para toda su vida.

Si en el primer cuarto de siglo escasea la poesía de raíces negras, no ocurre así en la década de los 30, cuando el número de cultivadores de esta modalidad es notable. Como esta poesía es ante todo música y ritmo, no son pocos los recitadores del género. Entre los más populares se encuentran Eusebia Cosme y Luis Carbonell, siendo éste último el más alto exponente de
la declamación, pues sabe como nadie recrearnos esa atmósfera de reafirmación nacional –por su cubanía y sentido de lo americano-, pero sin cargar la mano, pues su decir nunca excede el ritmo y su precisa gestualidad es, más bien, un soporte de contenida intención plástica. Con el tiempo, Carbonell ha devenido un factor cubanizante en lo raigal.

En 1946, buscando ampliar su horizonte artístico espiritual, se traslada a New York, donde trabajó en una joyería; pero su vocación por el arte, la música y la poesía crecen, y se va consolidando día a día, con su asidua presencia en las actividades culturales que se celebraban en esa ciudad. A través de Esther Borja y Ernesto Lecuona, se vincula con Diosa Costello, quien lo lleva a debutar con mucho éxito en el show del Teatro Hispano. De regreso a La Habana se presenta en el Teatro Wagner, hoy cine Yara, donde desborda con su talento a los asistentes. Casi inmediatamente, hace su aparición en el programa De fiesta con Bacardí, en la emisora radial CMQ, consagrándose a nivel nacional como “El acuarelista de la poesía antillana”.

En su labor de profesor crea el cuarteto Los Cañas, con repertorio de autores como Bach, Shubert, Chopin y lo más selecto de todos los géneros americanos. Forma artistas de la talla de Pacho Alonso, Linda Mirabal, Facundo Rivero, Aurelio Reinoso, Los Papines y Las de Aida.

En su discografía destacan más de 15 discos de larga duración, tres CD y la grabación Rapsodia de Cuba, de Esther Borja, donde ésta canta a dos, tres y cuatro voces, canciones cubanas, ejemplo único y hasta ahora inigualado.

Viaja por toda América y España. En noviembre de 1999 lo invitan a Miami y actúa en los programas Star Fish y Cristal de Tele Miami. Más tarde, en octubre del 2000, ofrece recitales de poesía en el Baruch College y en el City College de New York. En diciembre de ese mismo año, junto a una delegación integrada, entre otros , por Rosita Fornés, participa en el homenaje a Agustín Lara realizado en Veracruz.

La disciplina de Luis es la de quien se impone a sí mismo un “tour de force”, y por tanto su decir tiene la pulcritud –en cada uno de sus elementos – de un instrumento mismo. No olvidar su movimiento preciso, la atmósfera planteada con exactitud sensual, todo a manera de una orquestación de los sentidos, hasta armar la escena y desembocar de manera progresiva en un silencio, donde todavía repercute lo rigurosamente planteado con la magia de lo fascinante.

No por gusto Carbonell tiene poderes de invocación en ese reino afianzado en los contornos de nuestra nacionalidad.

Hay que pensar en Luis como uno de esos “grandes” a los que los dioses blancos u orishas negros han tocado con el don mágico para conferirle su gracia, su talento y su espíritu de sacrificio. Talento y gracia ayudan, pero no bastan para llegar a la cima y mantenerse allí. Carbonell lo sabe muy bien. Para ello, hace falta pagar una altísima cuota de días, meses y años de intenso estudio, de paciente y dedicada labor de aprendizaje, de muchísimo esfuerzo, de continuas renuncias, hasta juntar esos diversos materiales de iluminación del espíritu, inspiración que en él se resuelve creativamente en todas sus variantes. Don Luis ha logrado lo que pocos: conquistar, palmo a palmo, ese impreciso dominio donde moran, ya libres del tiempo, los elegidos; esos que en nuestro país gozan del raro privilegio de ser irrepetibles.

(Cubaencuentro 2006)

Mamita Quiero Arrollar






Otras Poesías





Finalmente, presentaremos algunos vídeos de la presentación del pianista cubano Ulises Hernández junto a Luis Carbonell, sobre las danzas Melopeas de Ignacio Cervantes en el siglo XIX, como una de las últimas presentaciones que Luis Carbonell  hiciera en vivo para su público. Todo ésto, gracias a la cortesía del actor cubano Héctor Noas.

El Velorio



La Carcajada



Siempre sí 



No bailes mas 





Qué Tengo Pa' Tí
2014